domingo, 24 de octubre de 2010

Reflexión sobre la vida

Esta mañana estuve leyendo a Ortega (José Ortega y Gasset) y me hizo reflexionar. ¿Quién no se plantea cosas tras leer un texto filosófico? Lo primero de todo te preguntas qué tenía esa gente en la cabeza y luego, desarrollas tu opinión sobre el tema. Pues bien, en los fragmentos que leí no hacía más que asentir y decir, cuánta razón tiene, es un genio. Bueno, supongo que por eso entra en la temática de estudio...
   Uno de los planteamientos que me llamó la atención es cuando dice “vivimos aquí, ahora” y que hace referencia al hecho de que no hemos elegido la época en la que nacer, ni tan siquiera nacer, hemos sido obligados a ello, sin remedio, es lo que nos toca vivir... Me parece muy acertado, si me hubiesen preguntado en qué época quería nacer, puedo asegurar que no diría que en la que estoy, aunque confieso que el ordenador e internet me encantan, podría vivir perfectamente sin ellos en el siglo XVIII como en una novela de Jane Austen. Me parece un tiempo mejor.
   La frase que más me ha gustado de lo que leí es “vivir es constantemente decidir lo que vamos a ser”. Sencillamente maravilloso, en mi opinión. A menudo, decimos vivir el presente, el momento, pero es falso. El hacer determinada acción en el presente es por una repercusión en el futuro. Si yo ahora escribo esto, es para luego publicarlo. El pasado únicamente lo contemplamos para no cometer en el futuro los mismos fallos, sólo así podemos evitar que ocurran de nuevo grandes desastres que ya vivimos. En resumen, todo lo que hagamos ahora, se verá reflejado en el futuro.
   ¿Qué sentido puede tener la vida? Unos la viven al máximo, otros simplemente la dejan pasar. La vida, según como se mire, es un regalo que nos dieron a todos, (otros la pueden ver como un castigo). Sólo hay que saber abrirlo para disfrutarlo, porque si te quedas contemplando el envoltorio tu presente no servirá de nada posteriormente. Si tu situación actual no te gusta, no te lamentes, lucha por el mañana, trata de mejorarlo. Tienes las mismas posibilidades de que las cosas salgan mal que de salir bien, tu deber es elegir. Como dice Ortega, “decidir constantemente”, no podemos quedarnos parados, tenemos que pensar y actuar a cada paso que damos.
   Arrojados en este universo, sobrevivimos cada día, esforzándonos para conocer nuestro yo, según Ortega, eso es vida, amoldándonos a las circunstancias que no se pueden ignorar. Pasar así, de la mañana a la noche, conviviendo con seres que tratan de descubrirse a sí mismos. ¿Por qué? Porque sólo una vez que se vean cómo son, podrán entender a los demás.
   Vivir, constante frenesí en el que nos falta tiempo. Siempre a la carrera y decidiendo, ¿voy por aquí o voy por allí? En una vida, si lo podemos aprovechar, podríamos hacer miles de cosas. Lo importante es hacerlas bien, para que así, podamos ser recordados en el futuro y no quedemos en el baúl del olvido del pasado. Podemos conseguirlo.
   En realidad, como dice un dicho, la vida no es si no un camino hacia la muerte. Todos moriremos tarde o temprano, tenemos que dejar sitio a los nuevos. Sólo hay una manera de no quedarse en el olvido y vivir eternamente, haciendo algo grande y memorable.
   Supongo que ahora te estarás preguntando qué sentido tiene tu vida, qué es lo que has hecho y qué te queda por hacer. ¿Qué meta hay al final de tu vida? ¿Para qué vivir? Sólo tú puedes responder a eso.

sábado, 16 de octubre de 2010

Desplegando sus alas echó a volar...

Angélica era una joven de veinte años de edad, proveniente de una familia adinerada, la segunda de tres hermanos. Era una gran bailarina de ballet y siempre se esforzó por ser la mejor en todo. Tenía que luchar mucho para poder destacar ante sus padres, que no la tenían mucho aprecio, lo que la causaba gran dolor.
   Su hermano Max era dos años mayor que ella, el favorito de su padre, por el gran parecido físico que tenían y porque sería el futuro encargado de la empresa familiar. No se llevaba muy bien con Angélica, pero tampoco se llevaba mal.
   La tercera era Escarlata, un año más pequeña que Angélica y la preferida por su madre, era una belleza, que la explotaba al máximo con una ajetreada carrera de modelo. Odiaba a Angélica, porque era más inteligente que ella y tenía mucho éxito en su vida, aunque no tuviera el apoyo de la familia.

   Vivían en una gran mansión que casi era como un mundo a parte. En su inmenso jardín había espacio para un lago y también para un bosque. Era la zona predilecta de Angélica, porque sólo ella iba allí. El resto de su familia se quedaba por las cercanías de la casa, donde se encontraba la piscina y el salón de reunión exterior, para las visitas. A falta del calor del hogar, se acostumbró a la soledad y pasaba más tiempo entre la naturaleza que en su casa.
   A pesar de no ser muy querida, nunca la faltó de nada, podía tener cuanto quisiera, nunca la hicieron ninguna restricción del dinero, en ese aspecto no había pega. Estaba en una academia de danza y se la pagaban sin problemas. Al igual que todos sus caprichos, que en su mayoría eran libros, era una amante de la lectura. En la casa tenía dos habitaciones propias, una era el dormitorio, y la otra, mucho más grande, era una mezcla de biblioteca y de estudio para bailar.

   Entre las costumbres familiares estaba la de realizar las comidas todos juntos en el gran salón. En ese momento la conversación era obligatoria, casi siempre era el mismo tema. Comentar lo bien que estaba preparada la comida, los detalles de la última campaña de la niña “pequeña”, en resumen, hablaban de todo menos de Angélica. Daba la impresión de no pertenecer a la familia, un detalle importante es que todos eran rubios y ella, tenía el pelo negro como el carbón, además de no ser especialmente agraciada.
   Ese día decidió participar en la conversación para tratar de algo que ella consideraba importante. 
  • Dentro de una semana haré mi debut como bailarina principal en “el lago de los cisnes”.
  • ¿Te importaría no interrumpir las conversaciones importantes?- dijo su madre con desprecio.
   No despuntó palabra. ¿Para qué se esforzaba? Todos sus logros los disfrutaba consigo misma, nadie de su familia la hacía caso. Tan sólo Lulú se alegraba por ella, pero Lulú era su gata persa, con un bello pelaje blanco, y, evidentemente, no hablaba, el único sonido que emitía era el de su cascabel al andar. Pero en ese entorno en el que vivía, era su único apoyo emocional.

   Esa semana entrenó más duro que nunca, les demostraría a sus padres de lo que era capaz, tendrían que reconocerla el mérito. Pero sucedió algo terrible. En uno de sus ensayos cayó repentinamente al suelo. Tenía unos dolores terribles. Gritó hasta que apareció una sirvienta que de inmediato llamó a una ambulancia: se la llevaron al hospital.
   Tenía una lesión en los isquiotibiales, y lo más terrible era la recuperación: para curarse necesitaba un reposo de tres semanas, lo que suponía que se quedaba sin actuar.
   No podía permitirlo, tenía que haber algo que la hiciese curar más rápido, debía estar en ese evento. Sería un paso atrás en su carrera, había entrenado mucho para conseguir estar donde estaba.
   Regresó a casa y como los dolores la impedían moverse estuvo todo el día en la cama leyendo. Sus padres no se preocuparon por ella hasta que vieron que no acudía a la cena. Una criada informó de lo ocurrido y lo único que hicieron fue mandarla llevar la cena a su recámara, ni tan siquiera la fueron a ver, y sus hermanos tampoco.
   Sintiéndose un poco mejor al día siguiente, Angélica hizo caso omiso de las recomendaciones del médico y estuvo bailando. Acción que la mandó de nuevo al hospital, esta vez con una rotura completa, lo que precisaba intervención quirúrgica.
   Ahora era del todo imposible actuar en la gran obra, se acabó. Cuando se recuperase completamente de la operación, debía esforzarse todavía más para recuperar el tiempo perdido y alcanzar de nuevo el reconocimiento.

   Para empeorar su ya desgraciada vida, ocurrió un hecho demoledor para ella. Un fallo en la operación. Se suponía que con el tratamiento llevado correctamente podría volver a bailar, pero tras el incidente, tuvo mucha suerte de recuperarse y lograr caminar. No se explica qué pudo pasar para que uno de los mejores cirujanos la averiase de aquella manera.


   Pasó el tiempo y la vida en familia era cada vez más insoportable. Desde su fracaso, los comentarios en la mesa eran siempre dañinos hacia ella, la martirizaban por lo ocurrido. No se daban cuenta de lo que sufría. Su hermana sentada a su lado murmuraba: baila bailarina, baila. Y añadía tras una risita: ah, no, que no puedes... No eran útiles las visitas al psicólogo ni al psiquiatra, que la recetó unas pastillas para la depresión: bupropion. No tomaba el medicamento, se dedicó a esconder todos los envases, lo que no era de mucha ayuda...
   Se alejó de allí. Ahora hasta se quedaba a dormir en el bosque. Tenía un árbol que la encantaba, y allí era donde solía recostarse a leer, se acurrucaba para dormir o simplemente permanecía junto a Lulú, hablándole de su época de bailarina. Si el viejo roble hablara, al igual que el gato, tratarían de consolar a la pobre chica de aspecto infantil que estaba a falta de cariño. A menudo soñaba con su recuperación, pero lloraba desconsolada cuando se percataba de la realidad.
   De tanto estar en el bosque, descubrió que había un camino que conectaba directamente con el pueblo. Cojeando, se disponía a explorar cuando chocó con un joven: Esteban. Ella le conocía de las fiestas que organizaban sus padres y él también a ella, pero con ese aspecto de pordiosera que llevaba no la reconoció. 
  • Mira por donde vas- la dijo bruscamente.
   Afectada, se volvió a su paraíso. Allí le contó a Lulú lo que había visto. Volvió a la casa para cambiar algunos libros y coger algo de fruta de la cocina. No tenía problema en hacer lo que quisiera, era invisible. Ni en las comidas la echaban de menos, hacían como si nunca hubiese existido. Era muy triste vivir así, para que luego digan que el dinero da la felicidad.
   Todos los días hacía una excursión al pueblo y hallaba algo fascinante. Sentía como si hasta ese momento hubiera vivido en una jaula de cristal, alejada de todo. Veía, más bien, observaba a Esteban cada día, y lo que en un principio era un profundo odio, por ser tan antipático, mudó en un desbordante amor. Era muy simpático y agradable, aunque con el resto de la gente y no con ella. Vio en Esteban un motivo para luchar y mejorar, debía cambiar. Se enteró de que sus padres daban una fiesta y decidió acudir, sólo por verle. Se esmeró mucho para quedar bonita y lo que obtuvo de él fue un simple, pero amable, saludo.
   Por la mañana, volvió a ser la misma chica de siempre, oculta entre la multitud de las gentes del pueblo. De esa forma, consiguió saber muchas cosas de él. Todo lo que ella hacía era por tratar de agradarle.
   Volvió a sentirse viva cuando en las fiestas él comenzó a dedicarle toda su atención. Tuvo la misma sensación que cuando estaba bailando sobre un escenario. Pero parece que Angélica no estaba destinada a ser dichosa y el azar quiso que oyera una conversación en la que Esteban hablaba mal de ella, diciendo que la quería por su dinero y que sólo estaba detrás suyo porque su hermana la modelo ya estaba comprometida.
Huyó a su refugio, sólo allí se sentía segura. Entre gritos desgarradores y llantos desesperados se arrojó al lago, no tenía ningún sentido vivir. No podía bailar, nadie la quería, ¿qué sentido tenía continuar? Era demasiado cobarde, no tuvo valor de suicidarse, temía la muerte, aunque era el camino que veía ante tanta desesperación. ¿Qué habrías hecho tú si te arrebatasen todos tus sueños?

   Continuó malviviendo su torturada vida junto a Lulú. Ya no leía. El invierno había llegado y el frío la mantenía más aletargada, no trató de abrigarse, sólo buscó una manta para proteger a su adorada gata. Pronto vendría la nieve.
   En un último esfuerzo, regresó a la casa para dejar a Lulú, coger las pastillas, tenía más de una docena de cajas y también una botella de vodka. La nieve cubría todo con su manto, si no fuera por sus pisadas, no podría volver a encontrar el camino hacia su verdadero hogar. En el trayecto iba ingiriendo las pastillas y dando tragos a la botella, sus pasos eran cada vez más lentos debido al frío. No estaba segura de llegar a su última meta, pero tuvo éxito y finalmente, no sin dificultad, se tumbó junto al roble con la vista en dirección al lago. Las pastillas se habían terminado, al igual que el vodka. Sólo quedaba esperar a su efecto, no sabía si llegaría eso antes que el frío. Si no moría por sus medios, el frío acabaría con ella. Lo último que sintió fue una caricia en su cara y que algo se había posado sobre su vientre: era Lulú, que fiel a ella, la había seguido.
   Cuando la encontraron parecía una diabólica muñeca de porcelana, en sus ojos cristalizados podía verse todavía el dolor que había padecido durante su corta existencia.
   Se dice, que aún hoy, junto al roble se puede sentir su presencia, como si danzara a su alrededor. Y en la brisa se oyen sus lamentos acompañados del tintineo del cascabel de su inseparable gata persa, blanca como la nieve.


   Entre la manta de la gata encontraron una carta.
Querida” familia:
No merecéis esta carta, si la escribo es para que sepáis que estoy muerta y retiréis mi cadáver que está junto al gran roble antes de que el encargado de quitar la nieve se lleve un buen susto. Sé que no sentiréis gran pesar por mi muerte, hasta me atrevería a decir que os sentiréis aliviados. Me gustaría saber que fue lo que hice para que me tratarais de ese modo, porque no entiendo como puede ocurrir eso en una familia. Familia, creo que nunca supe lo que es eso. No os dabais cuenta que todo mi empeño estaba destinado a agradaros, por eso quería destacar en todo, cosa que a mi hermana la desagradaba. No entiendo por qué si nunca fui competencia para ella. Nunca me quisisteis, ninguno. Sólo Lulú, mi gata, a la que os confío y espero que cuidéis de ella como no hicisteis conmigo. Si hay una pizca de sensibilidad, que se haya librado del botox, cuidadla. Es lo único que os pido. Se despide así, la oveja negra de la familia,
                                                                                                                                                                                     Angélica.

viernes, 15 de octubre de 2010

Hay amores que matan

  • ¡Danna! ¿Quieres contestar al teléfono?- era mi marido.
  • Tú estás más cerca...-le dije yo perezosa.
  • ¡Pero es de tu trabajo!-me recriminó.
   Fui rápida a contestar, la pereza se había esfumado. Ante todo estaba mi trabajo, era lo más importante para mí, rivalizaba en el primer puesto con mi marido, Igor, un encanto de hombre. Me enamoré de él nada más verle.

   Años atrás. Yo acababa de salir de la Academia de la Guardia Civil y tenía mi carrera de Criminología. Con 22 años recién cumplidos me creía dispuesta a limpiar el mundo de toda la basura social que pululaba por el planeta. Tardé un mes en darme cuenta de lo irreal de la situación. Llevaba bastante tiempo encontrar culpables pero conseguir que se quedaran encarcelados, tal y como estaba la justicia, era todavía peor, prácticamente, misión imposible. Me habían destinado a un pueblo que era bastante tranquilo, pero como todos los sitios, no estaba libre de criminales. No me podía quejar de los compañeros que me habían tocado, estaba a gusto y el sargento del puesto actuaba como uno más, no con la arrogancia que el rango superior les dotaba a la mayoría. Sabía que me podría ocasionar problemas, pero no pude evitarlo, me enamoré de Igor, el inconveniente residía en que Igor era mi sargento. Inexplicablemente, fui correspondida, pero lo mantuvimos en secreto. Al pasar un año, me había llegado el momento de pedir destino, no podía quedarme en ese puesto, así que intenté marcharme a uno que no estuviese muy lejos. Tuve suerte y acabé en un pueblo que distaba muy poco, a una hora en coche. Así que hicimos pública nuestra relación y tres años después nos casamos. Yo tenía 26 años y él 34. Él permaneció en su puesto, pero yo no pude volver a la zona, lo máximo que conseguí fue estar a veinte minutos de viaje en coche.
   Al principio tuve algún que otro problema en mi trabajo. El principal, que era mujer, el segundo que era buena en mi trabajo y el tercero, pero no menos importante, que era la mujer del sargento, que por alguna razón que yo desconozco, no parecía estar bien visto. Con esfuerzo conseguí hacerme respetar y las cosas iban estupendamente, hasta el punto de que cuando había algún asunto serio recurrían a mí.

   Y esta era una de esas ocasiones. Dos compañeros se habían dado de baja, así que el puesto había quedado un poco vacío y en mí recaían determinadas labores que antes no tenía. Metía algunas horas extra, lo que me ocasionó problemas con mi marido. Estaba muy estresada y como consecuencia discutíamos mucho.
   Tras una larga charla decidimos que teníamos que tomarnos unas buenas vacaciones juntos y resolver las rencillas que habían surgido.

   Dos meses después del suceso disfrutábamos de nuestro tiempo libre, pasando dos semanas en una cabaña alejados de todo y de todos, sin contacto alguno con el exterior.
   Nos habíamos llevado la cámara de video que la utilizábamos en nuestras excursiones matutinas y para pasar el rato en el interior de la cabaña. Así, tendríamos algo de lo que reírnos a nuestro regreso y un recuerdo de un tiempo en el que vivimos bien, por si volvíamos a tener alguna crisis. Nos divertimos como si fuésemos las mismas personas que al principio, cuando aún no eramos pareja y el hecho de llevar la relación en secreto la hacía más atractiva.

   Ya sólo nos quedaba un día de descanso y teníamos pensado aprovecharlo. Me desperté temprano, así le prepararía el desayuno y se lo llevaría a la cama en plan sorpresa. Le dí un beso en la frente y me marché a la cocina. A medida que avanzaba me sentía peor. La casa se hallaba desordenada al completo. ¿Qué pasó? Por muy alborotada que fuera la fiesta que montamos, siempre dejamos todo recogido, porque al día siguiente siempre cuesta más, nos detenemos mil veces para recordar por qué tal cosa está de tal modo. Decidí regresar a la habitación para despertar a mi marido y alertarle de que igual nos habían entrado a robar. No fui capaz de despertarle, y no porque tuviese un sueño muy profundo, si no porque estaba muerto.

   Antes de llamar a nadie me tomé la libertad de investigar por mi cuenta, para algo era criminóloga. Tengo sangre fría, pero tampoco tanta como para no verme afectada por el repentino fallecimiento de mi esposo. Pasé mucho tiempo llorando, pero conseguí serenarme diciéndome a mí misma que mis lágrimas no servirían de nada. Tenía que encontrar al asesino y no pararía hasta lograrlo.
   Inspeccioné el entorno. Me dí cuenta de que lo correcto sería avisar por teléfono de lo ocurrido, porque si tardaba mucho tiempo podría estar incluida en la lista de sospechosos. Llamé y me dieron orden de no actuar, quedaría alejada del caso por tener vínculo emocional. De ninguna manera podía permitirlo, todavía tenía un par de horas hasta que llegasen a la cabaña. Lo primero que hice fue ver cómo habían matado a Igor, porque en ningún momento pensé que se pudiera tratar de una muerte natural. Había en el suelo junto a la cama un cojín, por lo que supuse, también por el hecho de no ver ningún rastro de sangre, que le habían asfixiado. No podía estar segura hasta que no lo confirmara una autopsia. Procedí con el estudio de la estancia, si estaba todo revuelto quería decir que quién fuera buscaba algo y lo más seguro es que nos hubiesen robado. A pesar de todo el desorden, sólo faltaba una cosa: la cámara. Posiblemente fuese una prueba porque lo último que recuerdo es que la teníamos en la habitación, estaba encendida y a lo mejor había grabado al culpable, o a los culpables, porque no sabía de cuanta gente se trataba. En ese instante me dí cuenta de que no recordaba mucho de la noche anterior. Por el suelo del cuarto había botellas de alcohol vacías, pero no las suficientes como para no ser capaz de recordar la noche pasada.
   Llegaron las autoridades y les conté todo lo que había averiguado. Estuvieron de acuerdo conmigo y conseguí que no me mantuvieran al margen del caso. Tenía que llegar al fondo y debía hacerlo yo, por Igor.
   Sin saber cómo, el caso se filtró a la prensa, lo cual era un fastidio porque no hacían más que tergiversar la información y entorpecer en el procedimiento.
   Pasaba el tiempo y no conseguíamos aclarar nada, sólo la autopsia confirmó lo que yo ya sabía. No había ni rastro de la cámara y era la única prueba que parecía haber.

   Enfriado ya el cadáver de Igor, me sentí con valor suficiente para revisar sus cosas. Y encontré cosas que no me gustaron nada, pruebas de que me había sido infiel. Estuvo con otras mujeres mientras yo me deslomaba con las horas extra en el trabajo. Esto me hizo pensar. ¿Y si alguna de esas mujeres, celosa de mí, la única a la que le pertenecía Igor, le hubiera asesinado? Tenía nuevas pruebas, pero mucho miedo de comentarlo con el resto del equipo, aunque pudiera arrojar algo de luz al caso, también suponía quedar yo como una cornuda y eso sería una humillación. Permanecí en silencio, lo resolvería yo sola.
   El equipo daba la impresión de que se había olvidado de su querido sargento. Entiendo que había trabajo y otros asuntos que resolver, pero no se oía ni un sólo comentario del tema. ¿Habrían abandonado el caso?
   El enfoque de las mujeres no era muy útil, tenían coartada, así que no pudo ser ninguna. Bueno, una sí. Pero prefería en este punto estar equivocada, no podía aceptarlo. Yo no podía ser la asesina de mi marido, la autora del crimen de Igor. Es cierto que me había puesto los cuernos y que por supuesto, no me había sentado nada bien, pero de ahí a matarle...
   Revisé mi maleta, la que había llevado a la cabaña. No la había desecho todavía. Y encontré algo que no me gustó en absoluto, porque me delataba de una manera considerable. Había encontrado el envase de Rohypnol, era un medicamento, que entre otras cosas, tenía la facultad de hacer olvidar eventos, provocaba amnesia. Esto explicaría por qué no recordaba gran cosa de la última noche que pasé con Igor.
El hallazgo me descolocó por completo. No sabía qué hacer, no podía pensar, estaba bloqueada. El sonido del timbre me hizo reaccionar. Abrí la puerta sin mirar siquiera quien estaba al otro lado. Me quedé paralizada al abrirla: era Igor.
   Me arrojé a sus brazos, estaba vivo, yo no le había matado. Me sentía feliz, aunque confusa. Él me apartó y me dijo: 
  • Tú lo hiciste. Eres una asesina.
  • No, yo no...- tartamudeé.
   Empezaron a salir cojines por todos lados. ¿Qué ocurría?
   Cuando estaba a punto de ahogarme entre tanto cojín me desperté. Más asustada no podía estar. Fui a mi maleta y allí estaba el envase. Eso no formaba parte del sueño, pensé con gran disgusto. El timbre sonó. En ese momento se me heló la sangre, como se suele decir, si me pinchan no sangro. Esta vez utilicé la mirilla. Eran dos guardias de mi cuartel y venían de uniforme. No hace falta ser muy listo para saber lo que viene a continuación. 
  • ¿Nos puedes acompañar?
  • ¿Acaso tengo otra alternativa?- dije con resignación.
   Tras un interrogatorio, en el que me contaron que habían encontrado la cámara enterrada en los alrededores de la cabaña, y que, efectivamente, se veía al asesino en una grabación, mejor dicho, a la asesina. ¿Quieres ver el vídeo? Me dijeron. No era necesario, ya sabía que en él sería yo la protagonista. También me contaron que sabían el motivo del crimen. En la misma grabación se podía escuchar a Igor, bajo los efectos del alcohol, confesarme que me había sido infiel y que se sentía dolido porque había descubierto que yo tomaba drogas, lo que explicaba que yo no me acordase de nada.


   Ahora estoy en la cárcel, cumpliendo condena por un delito que casi no recuerdo haber hecho, pero que las pruebas dejaron claro que cometí yo. No tardaré mucho en salir con mi buena conducta. Podré llevar una vida normal, a excepción de que queda en mi conciencia difuminado el asesinato de Igor y que no podré seguir trabajando como Guardia Civil. Pero hasta entonces, viviré sin hacer nada a cargo del Gobierno. Me dedicaré a estudiar otra carrera, así luego la reinserción será mucho más sencilla. Al menos una cosa conseguí, había descubierto al culpable en el último caso en el que trabajé, en el más duro por ser mi marido la víctima y yo la culpable.

jueves, 14 de octubre de 2010

Futuro incierto

Anastasia era una chica de 19 años, estaba disfrutando de las pocas vacaciones que le quedaban antes de empezar su segundo año de carrera. Estudiaba Filología clásica. Tenía grandes proyectos para su futuro, lo tenía todo planeado. La gustaba tener control de la situación, en su vida, no había lugar para los imprevistos.
   Alejandro era un chico de 22 años, trabajaba en un taller como mecánico y en época de fiestas curraba como camarero. Vivía el día a día, sin preocuparse por nada. Él y Anastasia se conocían desde el colegio, eran muy buenos amigos.
   Era sábado y tocaba salir de fiesta. Anastasia quedó con sus amigas de la Universidad y con Alejandro y sus amigos. Se fueron a cenar todos juntos, era un grupo que congeniaba muy bien. Alejandro estuvo siempre enamorado de Anastasia, y ella lo sabía, pero no quería nada serio con él, le veía simplemente como un buen amigo. Pero ese día ocurrió algo, no sabía si sería la brisa veraniega, el efecto del alcohol o que la habían echado alguna droga en la bebida, pero empezó a sentirse atraída por su amigo. Anastasia, la que siempre le había ignorado en ese tema, se puso celosa cuando una amiga suya se puso a tontear con él. No podía quitarles los ojos de encima y Alejandro se dio cuenta, así que se disculpó ante la joven y fue junto a Anastasia. 
  • ¿Te encuentras bien?- la dijo preocupado.
  • ¡Claro! Perfectamente.- dijo ella con sarcasmo.
  • No estarás molesta por...- no acabó la frase y se rió.
   Anastasia resopló y miró a otro lado. Él no se lo podía creer.
  • ¡Vamos!- la dijo animado.
   La agarró de la mano y se fueron juntos alejados de la gente. Se fueron a un parque, acabaron sus copas de un trago y las lanzaron lejos. Se preguntaban dónde se habrían estrellado. Sin más dilaciones empezaron a besarse. La situación iba subiendo de tono, él la quitó la camiseta, a sí mismo se desprendió de la suya. Ella le detuvo. 
  • Soy...-dijo entre besos.
  • Lo sé- dijo él y continuaron.
   A pesar de lo apresurado de la escena, fueron lo suficientemente conscientes para usar protección. Se quedaron un rato tumbados, se podía oír que no muy lejos sonaba “Stereo love”, la canción del momento. A partir de ahora, tendría más significado, al menos, para ellos. 
  • ¿Crees que se darán cuenta de que nos hemos ido?-dijo ella de pronto.
  • Vamos a comprobarlo.
   El grupo fingió no darse cuenta. Pero no pasó mucho tiempo hasta que la mejor amiga de Anastasia se acercó a ella para interrogarla sobre lo ocurrido. Ella le contó todo, que no sabía qué habría pasado ni cómo ocurrió, pero que había sido y se sentía bien. Además, él fue muy delicado con ella. Sencillamente maravilloso. El único temor que la invadía ahora era qué pasaría a partir de ese momento.
   Al día siguiente obtuvo su ansiada respuesta. Él la llamó para quedar y hablar sobre lo ocurrido. Después de acordar que había sido un momento de locura y que no debería repetirse, volvió a suceder. Estaban poniendo en juego su amistad. La situación era delicada, pero no eran capaces de controlar sus impulsos.
   Acabaron siendo fucking friends, es decir, no perdían su amistad, no tenían compromiso especial y se divertían juntos. Estaban bien así, podían estar con otras personas y no había ningún problema entre ellos. Pero eso no podía durar mucho, era demasiado bueno para ser real. Normalmente, en esa relación, siempre hay uno que no se acostumbra a la libertad y exige poner límites. Él quería algo más, quería a su amiga para él solo, pero ella no estaba preparada para una relación seria, decía que aún era joven.
   Tuvieron una gran discusión y estuvieron sin hablarse durante semanas. Tiempo en el que ella se dio cuenta de que no podía mantenerle alejado de su vida y le quería a su lado. Él se estaba volviendo loco sin ella, estaba de mal humor con todo el mundo e insoportable. Después de tres semanas sin contacto alguno se reconciliaron y comenzaron una relación seria.
   Era de las mejores relaciones que había tenido en su vida. A su favor estaban los años de amistad, así que ya conocían sus gustos, las cosas que les podrían molestar, todos los detalles. Sus compañeros les envidiaban, eran perfectos el uno para el otro.
Las cosas se pusieron un poco difíciles al empezar ella las clases, porque sólo se veían los fines de semana, pero hasta ese inconveniente lo superaron.
   Un día tuvieron una charla grave. Ella tenía una falta y decidió comunicárselo. No le sentó nada bien, pero ni un poco. 
  • Bueno, todavía no es seguro, deberías hacerte la prueba.
  • ¿Y si da positivo qué hacemos?
  • ¿Cómo que qué hacemos? Abortas.
  • Ni hablar, eso no es cuestionable, me parece una aberración.
  • ¿Una aberración? Eso sería el hecho de tenerle, te desgracias la vida.
  • ¿Tienes idea de lo que estás diciendo? Es una vida humana, que no te la puedes tomar a la ligera.
  • Hazte la prueba y ya hablaremos, ahora déjame que tengo que irme a trabajar.
  • Es domingo, Alejandro.
  • Me da igual, olvídame.

   Ella se llevó un gran disgusto. No estaba en sus planes quedarse embarazada, al menos, no tan pronto. Es cierto que la cambiaría la vida, pero no llegó a pensar que fuese una desgracia tener un bebé. Tenía miedo.
   Tardó unos días en hacerse el test y salió lo que se esperaba, dentro de unos meses serían dos. Tendría que empezar a cuidarse, no por ella, si no por el bebé. Con Alejandro ya sabía que no podría contar. A sus amigas no se lo había contado todavía porque se imaginaba que tendrían la misma opinión que Alejandro. Debería contárselo a sus padres, pero temía su reacción. Ella siempre había sido responsable, y lo era, había tomado precauciones, pero algo falló.
   Fue al ginecólogo y la dijo que estaba de un mes, que estuviera en reposo, porque si no, su embarazo se podría complicar.
   Se podía esperar muchas cosas de sus padres, pero esa reacción desde luego que no: la echaron de casa. Por el momento tenía el piso de la Universidad, pero, ¿qué haría luego? Acudió a sus abuelos, ellos se lo tomaron mejor.
   A pesar de la recomendación del médico, Anastasia continuó con sus clases, no abandonaría sus estudios. Un día acabó en mitad de un pasillo desplomada en el suelo y sangrando. Una de sus amigas la llevó al hospital. No le quedó más remedio que explicarle que estaba en estado. Para su sorpresa se lo tomó bien, y la dijo que podía contar con ella y que no tenía por qué habérselo ocultado. No se notaba su incipiente barriga porque siempre vestía con camisas anchas y sueltas que estaban de moda.
   Tuvo que abandonar su carrera, dejar el piso porque no podía pagarle e ir a casa de sus abuelos. Pero no estaba cómoda, lo que en un principio era apoyo, se convirtió en miradas de disgusto. Además, la casa de sus abuelos estaba situada al lado del taller en el que trabajaba Alejandro, y era la última persona a la que quería verle la cara.
   Se fue a vivir con su amiga. Ella la apoyaba sinceramente, la llevaba a las consultas y la cuidaba. La prometió recompensarla en cuanto pudiera por lo bien que se portaba con ella. Eso sí que es una verdadera amiga.
   Tras un embarazo sin grandes alteraciones, porque después del susto en la Universidad decidió tomarse en serio lo del reposo, llegó el bebé. Se puso de parto antes de lo previsto, se encontraba sola en la casa, su amiga estaba en clase. Pudo llamar a una ambulancia que rápidamente la fue a recoger. Dio a luz de manera natural a una niña, a una hermosa niña a la que llamó Ángela.

   Vivieron durante un mes más con su amiga, hasta que Anastasia se recuperó del todo. Luego, tras darse cuenta de que ya había sido suficiente, se buscó un pequeño piso que pagaría con el trabajo que había conseguido como camarera. Quería pagar también con ese dinero a su amiga, pero la dijo que no le debía nada.
   Alejandro no fue capaz de volver a llamarla para ver qué tal estaba, no conoció a su hija. Lo último que Anastasia supo de él es que se había marchado del lugar.
   Sus padres la perdonaron, pero ella no quiso volver con ellos. Cuando los había necesitado la dieron la espalda, ahora no quería nada que viniera de ellos. Estaba a gusto con su hija, se tenían la una a la otra y eso la bastaba.
   El suceso con Alejandro la hizo desconfiar de todos los hombres, pero al igual que lo bueno dura poco, lo malo tampoco es eterno y se le pasó el rencor. Encontró el amor en un chico que también había tenido malas experiencias sentimentales. Era diez años mayor que ella, pero la edad no importaba, lo que de verdad cuenta es la manera de ser de la persona. Él la ayudó mucho con su hija. La quiso como si fuera suya. Madre e hija se fueron a vivir con él. Así, Anastasia pudo ahorrar más dinero para su hija, la cual tenía elevados gastos.
   Formalizó la relación con el chico, se casaron. Cuando su hija tuvo edad de escolarizarla, decidió que era el momento de retomar sus estudios. Su marido la animó a ello. Se sentía plena, realizada. Y su hija cada día estaba mejor, era un cielo de niña.

   Un domingo, paseando en familia, ella, su marido y la niña, se cruzaron con Alejandro. Su marido conocía la historia, pero no sabía quién era él. 
  • ¿Me dejas cogerla?- se acercó a la niña.
  • No.- ella la tomó en brazos.
  • Déjame intentarlo, ahora estoy preparado.
  • ¿Ves esto?- le dijo mostrándole su anillo de boda.
  • Estás...
  • Sí, Alejandro, casada. Así que ahora déjame en paz y olvídate tú de mí y de la niña. Tuviste que ser responsable y huiste, ni tan siquiera llamaste, ni una sola vez. Así que ahora, te lo pido por favor, desaparece y no te metas en nuestra vida nunca más.

   Él se marchó. Ella se sintió un poco mal por como le había hablado, pero después de todo lo que había sufrido no podía presentarse él como si nada hubiera pasado. No podía pretender que todo volviera a ser como al principio, después de que la dijo que abortara. Él no quería a la niña, así que ahora no le correspondía. A lo mejor, en un futuro entraría en su vida, cuando Ángela fuese mayor le explicaría la historia y si quería conocer a su padre, no sería ella quien se lo impidiera. Pero en ese momento, su marido era el auténtico padre de su hija. Él soportó todo, su mala época, se encargó de una niña que no era la suya y siempre estuvo a su lado. Él era quien importaba, pero ante todo estaba su hija, a quién le había costado tener, por ella luchó contra todo y todos. Era cierto eso de que la cambiaría la vida, ahora era mil veces mejor.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Toc, toc, ¿se puede?

Lo que voy a narrar es una historia de terror, pero no esperes encontrarte casas abandonadas, noches tormentosas, ni cosa que se le parezca, porque las peores historias de terror ocurren a la luz del día, a la vista de todos. Lo más aterrador no es ni más ni menos que la cruda realidad.
   Antes que nada me voy a presentar, mi nombre es Mateo. ¿Por qué Mateo? Porque mi creadora no conocía a nadie con ese nombre y así el relato no puede vincularse a nada. Tengo 22 años y estoy loco, bueno, al menos eso es lo que dicen, pero yo no estoy de acuerdo. Simplemente tengo una visión distinta de la realidad que el resto de la gente, ahí reside mi problema. Llevo una vida que se puede considerar normal, uno más entre la gente, no hay gran cosa que contar.
   Hoy me levanté de mal humor. ¿Por qué motivo? Ni yo mismo lo sé. Pero cuando eso ocurre el día nunca suele mejorar, todo me molesta, hasta el más mínimo detalle me irrita. Decidí salir a dar un paseo, porque eso me suele relajar, el ejercicio hace sentir bien a todo el mundo, pero esta vez tardaba en hacerme efecto. Más de la mitad del camino me lo pasé enfadado conmigo mismo y lleno de rabia, quería golpearlo todo, quería gritar y me sentía impotente, ni para llorar estaba de humor. Al final, pagué mi frustración con las piedras, piedra que encontraba, la saludaba con una patada que la lanzaba hasta el otro lado. Ellas no tenían la culpa de nada, pero estaban en medio. Poco a poco me fui tranquilizando.
   Una vez en casa, me tumbé en la cama a reflexionar mientras escuchaba a Tchaikovsky. ¿Quién entiende a la gente? Unos días se deshacen en saludos y sonrisas, mientras otros, ni una mirada te dirigen, te ignoran por completo como si no existieras. Para que luego digan que el loco soy yo.
   Loco, se dice muy a la ligera. Pero por qué me dicen así... Un segundo, que llaman a la puerta. Voy a abrir y no hay nadie. ¿Será la soledad que viene a buscarme? Siempre pasa lo mismo, llaman y llaman, voy a abrir y no hay nadie. Nadie. Todo el mundo se va, todos nos quedamos solos, nada permanece. Estamos condenados a vagar por el camino de la vida en compañía de nosotros mismos. Lo mejor de ello es que no nos vamos a traicionar, porque tarde o temprano, ocurre, la gente falla.
Suena el teléfono y respondo. 
  • ¿Quién es?- pregunto.
  • Tu fiel compañero- obtengo como enigmática respuesta.
  • No quiero hablar contigo.
  • ¿Prefieres hablar contigo mismo? Porque no notarás mucho la diferencia- se burló de mí.
  • ¿Qué quieres?- mi tono delataba mi estado de ánimo.
  • Cuida tus modales. Sólo quería recordarte quién eres, no lo olvides.
Y la línea se cortó. Sólo se oía el pitido insistente que remarcaba que al otro lado ya no había nadie. 
  • ¿Quién era?- el sonido venía por detrás de mí.
  • El fracaso.
  • Nunca te dejará, serás así toda la vida.
  • No me fastidies tú también.
   Era mi compañera de piso, la amargura. Ocasionalmente, vivíamos tres en vez de dos, esto es, que venía a quedarse por unos días la resignación. Yo era un fracaso, estaba amargado y no hacía nada por cambiarlo. Era mucho más cómodo no actuar y conformarse con lo que te toca. Como si lo que te corresponde fuese inmutable.
   Traté de mantener la mente ocupada, no podía seguir así, debía hacer algo, tenía que plantarme y enfrentarme a esos indeseables compañeros. Pero no podía, era demasiado cobarde para hacerlo. Sólo quería huir, marcharme lejos, abandonar este sitio y comenzar de cero.
   Salí a la calle, busqué mi coche y lo arranqué. Dí una vuelta al edificio, aparqué en el mismo sitio y regresé a casa. No tenía donde ir, ¿qué podía hacer? Hasta 3 veces repetí la misma acción. Salí a dar un paseo otra vez. La gente me miraba raro, lo notaba, no me hablaban, saludaban serios, por compromiso, así nunca sería posible hacer relación con nadie. Sentía que me odiaban, que les caía mal, el motivo lo desconozco, pero lo otro lo sé seguro. Ellos son los locos, no yo, ellos los equivocados.
   Después de unos recados volví a decidirme por llevar a cabo mi viaje. Hice una maleta y me marché. Al cerrar la puerta, esta vez, supe que era para siempre, que no volvería nunca más allí. Atrás se quedaban mis miedos, todos mis temores, tras esa puerta olvidados. Me iría lejos, muy lejos.

   No tengo idea de en qué lugar estaba, sólo que se me hizo de noche y que tenía que dormir en algún sitio. Me quedé en el coche a descansar, por la mañana continuaría. Es verdad eso de que por la noche, sin saber por qué, nuestras peores pesadillas se presentan con más fuerza, como si se alimentaran de la oscuridad, como si ella les protegiera. Gracias a Morfeo les vencí, el sueño por el cansancio del viaje era superior a todos ellos.
   Distinto lugar, diferentes personas, hasta clima opuesto, pero algo no cambiaba: yo. Esa era la cuestión, no había que cambiar el exterior, había que empezar por uno mismo. Pero eso era muy difícil.
   Toc, toc, ¿se puede?
   Nunca se irían, puedes huir, pero no escapar, los fantasmas siempre te perseguirán, da igual donde te encuentres, todo está en tu cabeza, no hay forma de acabar.

   La vida es así, un sinfín de emociones y sentimientos entrecruzados, que en su mayoría son horribles. No hay más que ver las noticias para conocer el caos que tenemos por mundo, la destrucción, la desgracia y los desastres nos envuelven. No es necesario escribir una historia de terror, sólo pregúntale a alguien cómo le fue el día, qué ha pasado en tal parte del mundo y ¡bang! Ahí lo tienes, ¿necesitas algo más? No, ¿verdad?

martes, 12 de octubre de 2010

"Poema" sin rima ni sentido alguno. (Producto del aburrimiento)

Las gotas de lluvia golpean contra mi ventana,
mientras yo me obligo a no pensar en nada.
Ellas permanecen ahí, inmutables,
esconden pensamientos inconfesables,
pero se muestran transparentes y claras
las pregunto qué ocurriría si tan sólo tú...
tú me amaras.

Nadie puede responder a eso,
sé que es improbable e incierto.

No dejo de mirar el agua tras el cristal,
su orden es fruto del azar.
¿Qué ven mis ojos?
Las aleatorias gotas me hablan,
parece una locura, oír con los ojos,
susurran, ahí está...
¡Han escrito nuestras iniciales!
Dulce delirio,
¡oh! Razón, vuelve a mí,
no me abandones.

Se acabó, la lluvia ha cesado,
las nubes dejan paso a un fulgúreo sol.
¡Cruel! Es odioso, él lo ha destruido,
el agua se ha evaporado,
nuestro amor convertido en niebla,
se esfuma en el cálido día.
Fugaz idilio que deja una estela de dolor,
¿no es esto un profundo amor?

lunes, 11 de octubre de 2010

Presos de una realidad inexistente

Mira a tu alrededor, ¿qué ves? Yo veo gente que vive engañada, que quiere vivir en el mundo que le han dicho que existe, que tiene sueños, que aspira a más, que piensa que algún día lo bueno llegará. Un día la lotería me tocará. ¿Por qué razón? No hay ninguna norma ni ley que garantice que al menos una vez en la vida te tocará el premio gordo de la lotería, que un golpe de suerte te hará millonario. El azar es caprichoso y puede sonreírte en alguna ocasión, pero que tu existencia no se vea guiada por ello, no es seguro.
   No he hablado con todo el mundo, no me he visto todas las películas que se han producido, ni tampoco me he leído todos los libros que se han escrito, pero en la gran mayoría de todo lo que mi corta experiencia me ha permitido ver, llego a la conclusión de que vivimos en una mentira.
   Todo el mundo sabe que Hollywood cuenta la Historia a su manera, que los libros de Historia se escribían a conveniencia del Gobierno, que los anuncios no son más que falsa propaganda que pretende que gastemos el dinero en cosas que en realidad no necesitamos, que sólo sirven para sacarnos el dinero. Las películas y los libros románticos, en su mayoría, nos convencen de que siempre hay final feliz, chico conoce a chica, pasan una serie de apuros y finalmente todo se arregla: vivieron felices y comieron perdices. ¿Todo el mundo encuentra su “media naranja”? Falso. ¿Cuánta gente hay que se queda soltera de por vida? El proyecto de vida es estudiar una carrera, encontrar un trabajo, formar una familia... Cada vez menos personas estudian, la situación laboral no es muy próspera en la actualidad (¿cuántos parados somos ya?), ya no se forma una familia, te divorcias al mínimo problema y a buscar otra pareja...
   La vida universitaria otra decepción. Todavía no la empecé, pero si de algo estoy segura es de que no será como nos la muestran en las películas americanas, de juerga en juerga. El otro día me preguntó una chica qué iba a hacer yo, la respondí que este mes empezaba la Universidad y me dijo: ¡Ay! Eso es mucha fiesta, ¿no? Daría igual que se lo explicara, que no es sólo fiesta, que sí supongo que las haya, aunque no esas juergas de fraternidad que nos venden, es mucho trabajo, mucho esfuerzo y mucho estudio, todo para terminarla, y quedarte en el paro.
   Luego están los prototipos de personas, si no eres como el resto eres raro o “friki” que se dice ahora. ¿Por qué tenemos que ser todos iguales? ¡Qué aburrido! Cada persona tiene sus gustos, sus manías, sus costumbres, y el hecho de que sean distintas a las demás, es lo que hace de cada uno un ser único y especial.
   Considero que lo adecuado es vivir la realidad, al servicio del dinero, a los pies de esto que llaman sociedad. Es lo que parece correcto si se quiere sobrevivir en este mundo, porque en estos tiempos no hay sitio para los soñadores, los románticos del siglo XIX, los que luchan con la esperanza de que algún día llegará la paz mundial, pues mientras haya hombres en la Tierra, nunca llegará tal cosa. Puedes encerrarte en tu mundo y ser feliz en él, pero no hay que olvidar, que al otro lado está el caos social al que hay que adaptarse para poder vivir, los ideales no aseguran el futuro, pero te ayudan a tener una razón para existir. Decide cómo vivir.

domingo, 10 de octubre de 2010

Un simple relato

Me desperté sobresaltada a causa de un grito aterrador que resonó por mi apartamento medio vacío. Me llevó un tiempo darme cuenta de que el espeluznante sonido provenía de mí. Me empecé a calmar y, por curiosidad, miré el reloj. En menos de un segundo mi cara pasó del disgusto al fastidio: eran las 4 de la mañana. Me levanté a lavarme la cara, necesitaba despejarme. Caminaba descalza y arrastrando los pies, con tan mala suerte que me tuve que tropezar con el único mueble, a excepción de la cama, que tengo en el salón, que a la vez es mi dormitorio y mi cocina. El mueble en cuestión es una estantería que ocupa la pared entera.
Una vez relajada me preparé un café, no tenía intención de volver a la cama. Sabía que una vez que las pesadillas se hubieran entrometido en mi sueño, no sería capaz de volver a descansar. Siempre era lo mismo, aunque por suerte, no me sucedía todos los días, pero sí lo bastante frecuente para que resultara molesto. Lo peor de todo, es que no podía adivinar su causa, pues una vez despierta, me era imposible recordar qué era tan terrible para gritar de ese modo.
Se presentaba ante mí un largo día, aunque en realidad sólo tenía dos horas más de lo habitual. Me levantaba puntualmente a las 6 de la mañana todos los días, considero que es importante descansar, pero no me gusta vaguear en la cama, me parece una pérdida de tiempo, madrugando se aprovecha más el día.
Trabajo de freelance para el periódico de la ciudad, es inconstante la cantidad de dinero que manejo, pero me administro bien. Cuando tienen sitio y me dan algún trabajo, los ingresos son elevados, lo que me permite vivir de manera cómoda. El hecho de que viva en un pequeño apartamento y desprovisto de muebles se debe más a una razón “espiritual”, no sé si sería la palabra adecuada, que a razones económicas.
Esta semana no tenía ninguna labor, pero eso no me impedía seguir mi rutina: todos los días escribía. Es la mejor forma de tener la mente activa. La falta de decoración del entorno resultaba muy propicia para desarrollar las ideas de una manera más fluida, como si se sintieran más libres.
Hoy se había producido un cambio en la rutina, así que tenía que aprovechar ese tiempo de alguna manera que no alterase el resto del día. Me acerqué a la estantería repleta de libros y caminé de un extremo al otro sin encontrar nada que me apeteciera leer. A lo mejor por la parte de arriba se escondía algo interesante... En esos momentos era cuando me daba cuenta de que tener una silla no sería mala idea. Se me ocurrió que podría avisar a algún vecino, en cuanto recordé la hora que era deseché la idea. Me dirigí a la cocina. Me estaba tomando mi segundo café mientras contemplaba al enemigo. ¿Tengo imaginación para escribir una historia y no para alcanzar un libro? Me reí, ya sabía como vencerle. Me dediqué a sacar libros de la zona media de los estantes, luego, como si se tratara de una montaña empecé mi escalada. La estantería no podía venirse abajo por dos motivos: uno, yo pesaba muy poco; y dos, estaba atornillada a la pared. Mi esfuerzo valió la pena, hallé una joya entre toda la colección de mis desordenadas obras: Pregúntale al polvo de John Fante. Me apresuré en recoger todos los libros para comenzar mi lectura lo más pronto posible, el tiempo no se detendría y yo había derrochado ya bastante.
Me tenía totalmente sumergida la lectura, pero no me despisté de la hora, tenía como un reloj interno perfectamente cronometrado. Me tomé otro café y dí comienzo a mi trabajo.


Eran las 8, la hora del descanso, me daría un paseo de una hora, hay que mantenerse en forma. Como era mi costumbre, fui al parque que había en el otro extremo de la ciudad. Tenía zonas verdes más cerca de mi vivienda, pero no me gustaban tanto. Ese sitio tenía algo especial, que además, me ayuda a pensar y me inspiraba. Aunque mi cuerpo estaba descansando, mi mente seguía trabajando.
Antes de subir a casa paré en una cafetería. El camarero, siempre atento, ya sabía lo que quería, así que sólo tuve que saludar. No soy de esas personas que están hablando con todo el mundo, soy más bien introvertida, lo que me facilita cumplir mis horarios. Pero el camarero era un viejo conocido y siempre me hacía la misma pregunta, todos los días igual. 
  • ¿Cuántos cafés has tomado ya? No deberías tomar tanto.
  • Ya bueno, así te doy un poco de trabajo, ¿no?
No me explico por qué le interesa tanto el café que tomo, no es asunto suyo... No me demoré más del tiempo necesario para que se enfríe un poco el café y beberlo. No podría soportar más preguntas, no tengo tanta paciencia.
En casa, de nuevo a las teclas para hacer algo útil, me encantaba escribir. Desde pequeña me gustó siempre, eso es vocación. Además, el hecho de que tenga beneficios económicos resulta más atractiva la idea de escribir. Volví a salir para hacer la compra. Me gusta salir pronto porque así evito las largas colas que se producen en las horas punta. Al parecer, mi vecino parece tener la misma idea porque siempre coincido con él y muy amable se ofrece a llevarme la compra, pero nunca le dejo, no compro casi nada, lo básico para sobrevivir cada día. Normalmente la gente en la ciudad es más independiente que en un pueblo, puedes vivir años en un edificio y no conocer nunca a tus vecinos. Nadie te habla si no es porque necesita algo, cosa que me parece estupenda, odio que la gente se entrometa en mi vida, tengo suficiente con el camarero, mi vecino, algún que otro compañero de trabajo y mi familia. En realidad, mi familia no es gran molestia, hablo una vez a la semana con mis padres para decirles que estoy bien, y sólo les veo en fiestas. Creo que vivir así es parte de la independencia.
Recibí una llamada, tenía que ir a la oficina, era urgente. Mi pesimismo me hizo pensar en lo peor: me van a despedir. No había motivo alguno para que lo hicieran, pero mi cerebro en estos casos no razona mucho. Rápidamente me vestí con algo más elegante que un chándal, que era lo que llevaba puesto, y me fui a la oficina.
No me iban a despedir, querían ofrecerme un trabajo porque un chico se había tenido que dar de baja. Me daba pena que hubiera enfermado, porque además, me pareció oír que ese reportaje era muy importante para él, lástima que ya no lo pudiera hacer.
De inmediato me puse a ello, porque cuanto antes lo terminara, más tiempo tenía para repasarlo y dejarlo perfecto.
Por la tarde, volví al bar a tomar otro café. Necesitaba ese descanso para poder rendir plenamente. Tuve una sensación extraña de camino al bar, como si alguien me siguiera. Era ridícula tal cosa, así que supuse que serían imaginaciones mías a causa de tanto trabajar. Por la calle me crucé con mi compañero, supuestamente enfermo, que me confesó que aunque le gustaba su reportaje, prefería tomarse unas vacaciones. Le dí las gracias porque así yo tenía mis ingresos y le recomendé que se escondiera un poco mejor o tendría problemas.
La cafetería estaba inusualmente llena. Encontré una pequeña mesa vacía y me senté a esperar pacientemente. Mientras hacía unas gestiones con mi teléfono me dio un escalofrío. Miré a mi alrededor y me pareció que todo el mundo me miraba. Pensé que estaba enloqueciendo, que el trabajo me afectaba mucho y que debía reducir las horas que le dedicaba. Sentí unos ojos clavados en mí. Al alzar la vista ahí estaba personificado a mi lado el camarero y me traía mi café solo. No sé por qué, pero me resultó muy extraño. Decidí que tenía que regresar a casa lo más pronto posible. La situación empeoró cuando fui a pagar mi consumición y el camarero me dijo que me lo había pagado un chico que acababa de salir por la puerta.
No había caminado ni una manzana cuando alguien me agarró y tiró de mí hacia un callejón. Me tapó la boca y me tenía sujeta de tal forma que no podía verle la cara. Abrió una puerta y de un empujón me tiró al suelo, noté mi mano humedecida y al mirarla descubrí que estaba sangrando. El local estaba en obras, así que había escombros por todas partes y yo había caído sobre cristales. Estaba muy asustada, pero mi espanto fue mayor al ver a la persona que me había metido allí: mi vecino. 
  • ¿Qué ocurre? - yo no entendía nada.
Se rió de mí y antes de que yo pudiera hacer algo me amordazó y me maniató. Me insultó y me echó en cara que yo le provocaba, que le daba esperanzas y que luego le ignoraba. Yo no sabía de qué estaba hablando y no sabía cómo salir de allí. Se oyeron golpes en la puerta. 
  • ¡Sal de ahí ahora mismo y no la hagas nada!
Sentí cierto alivio al ver que alguien me podría ayudar, pero me asusté al ver su cara, la de mi vecino, que enloquecido de rabia me abofeteó. Tiraron la puerta y allí en el umbral apareció un chico joven y guapo, llevaba una pistola en la mano. 
  • ¡Policía! Si no quieres que dispare, alejate de ella ahora mismo y más vale que no hagas ninguna tontería.
Para mi sorpresa, mi vecino obedeció y el apuesto héroe le puso las esposas. Hizo una llamada y en poco tiempo se lo llevaban arrestado. Vino hacia mí y me preguntó cómo estaba. Era evidente que no muy bien, así que me llevó al hospital.
En el trayecto me explicó que tenían vigilado a mi vecino desde hace algún tiempo y que habían observado que tenía fijación conmigo, estaba obsesionado. Ya había estado en la cárcel por secuestro y violación, pero que en poco tiempo había salido, así está la justicia. No podían avisarme, pero habían estado pendientes para actuar cuando la ocasión se presentara.
Fui a poner la denuncia pertinente por el incidente. El chico estuvo conmigo en todo momento, fue muy amable y descubrí que sabía muchas cosas de mí. Me dijo que era peligroso que llevara mi rutina porque así era más fácil que me controlaran. Estuve hablando mucho tiempo con él y congeniamos estupendamente, teníamos muchas cosas en común. No había pasado mucho tiempo y sentía que nos conocíamos de toda la vida. Nunca había conectado con alguien de esa manera. Podía ser interesante abrirme un poco y tratar de hacer relación con la gente, no me vendría nada mal.
Cuando estuve acostada no me podía creer el día que había tenido, fue larguísimo. Una gran ventaja es que mi reportaje para el periódico me había salido muy bien. Trataba sobre la seguridad en la ciudad. ¿Me sentía segura? Al girarme y ver junto a mí al policía obtuve la respuesta. Día y noche, no tendría nada que temer nunca más, ni cuando el loco de mi vecino volviera a salir de la cárcel para terminar lo que apenas pudo empezar.

viernes, 8 de octubre de 2010

¿Quién quiere jugar?

¿Quién no la quiere? ¿Quién no la desea? ¿Quién no la busca? ¿Quién no ha lamentado su ausencia? ¿Quién no la menta al menos una vez al día?
Está ahí, en todas partes, donde quiera que mires. Todos la perseguimos, pocos los afortunados que la encuentran... ¿A qué se debe? El mayor problema es que no sabemos buscar, ¿y cómo vas a encontrar algo que no has sabido buscar debidamente? Esa es la clave para llegar al destino de la vida. Y con ello, me refiero a la felicidad.
Está claro que no es lo mismo para todos, es subjetiva, depende de cada persona... Unos la encuentran en el dinero. Aunque hay un dicho “el dinero no da la felicidad” que se suele continuar con “pero ayuda bastante...”. Otros la encuentran en el amor, bien sea familiar, conyugal o amistoso; también está el “amor de una sola noche”, pero no creo que pueda llamársele tal cosa... Sería mancillar la palabra amor, pero eso es otra cuestión. Es buscada en el éxito, ya sea laboral, estudiantil... La religión, con su tema de la fe, podría incluirse... Buscamos la realización personal, sentirnos bien con nosotros mismos, tomar las decisiones correctas en el momento adecuado, luchamos por nuestros sueños, que frecuentemente resulta laboriosa tarea, pues cuando te aproximas y estás a punto de tocarlos con la mano, ¡plaff! Se desvanecen, dejando así un vacío inmenso que se rellena con una insaciable lista de quehaceres; y todo con un único fin: alcanzar la felicidad.
La perseguimos incansablemente, sin pensar que esta loca carrera hacia un lugar poco determinado es una odisea, que mientras nosotros corremos tras ella, ella huye de nosotros. ¿Qué hacemos? ¿Debemos sentarnos a esperar a que la señorita Felicidad se digne a hacernos compañía? Definitivamente, NO. Pero debemos ser menos ambiciosos, puede que no esté oculta tras grandes acontecimientos, a lo mejor, la podemos percibir tras las pequeñas cosas. Puede tratarse de una mirada de alguien especial, de una canción que al escucharla te transporta a ciertos momentos en los que la felicidad y tú ibais de la mano, en definitiva, de cualquier cosa que te recuerde a una época mejor. Un cambio en la rutina, una leve alteración de nuestra monótona existencia, también puede ayudar, son esos pequeños detalles de la vida los que hacen que signifique algo y te motiven a levantarte cada mañana, es ahí dónde puedes hallar la ansiada feliz.
Parece fácil, ¿no? Se encuentra muy próxima a ti, pero no sabes verla, es una maestra del disfraz. Tienes que ponerle ganas y acabará acudiendo a ti, no tiene más opciones. En ningún caso dejes que el objetivo domine tu vida, haz que sea un paseo hacia tu meta sin olvidar hacer paradas en el camino a tomar aire, pero tampoco te detengas en exceso, no te vayas a dormir... Y si quedas rezagado te adelantará y se convertirá de nuevo en un infierno.
Vive tu vida, relájate, tómate unos minutos del día para no hacer nada y sólo descansar, cuerpo y mente se sentirán agradecidos con tan bella acción, disfruta la vida, nunca es tarde para esforzarse y pelear por lo que uno quiere. Con constancia y paciencia pocas cosas habrá que no se puedan conseguir.
En este preciso instante, la felicidad se está riendo de ti. Te mira y sonríe, saluda, se está burlando porque sabe esconderse bien, pero eres más inteligente que ella. ¿Puedes verla?
Recuerda, obtenerla es sencillo, el auténtico reto es mantenerla. La petición para entrar en el juego de la búsqueda de la felicidad ha sido enviada. ¿Aceptas?

¿Por qué?

¿Por qué me he creado un blog?
Me he dado cuenta de que todo el que  escribe necesita mostrar a los demás lo que hace para obtener una opinión sincera sobre el trabajo, sea buena o mala, con el fin de mejorar. Por eso me decidí a hacerme un blog, publicaré cada día algo de lo que ya tengo escrito, espero sinceridad...
¡Saludos!