martes, 7 de mayo de 2013

Camino hacia la libertad

¿Conoces esa horrible sensación de querer escribir y no poder? Yo no la soporto. Me atormenta a cada momento, fluyen un montón de ideas de forma constante y al hallarte ante el folio en blanco se esfuman. Es frustrante cuanto menos. Te concentras y nada, da todo igual, a mayor concentración, mayor dolor de cabeza. ¿Cómo es posible? Hace un momento la inspiración estaba ahí y sin avisar decide irse, ¡maldita bastarda! ¿Quién se ha creído que es? No sabe con quién se ha metido, no me voy a rendir tan fácilmente sólo porque ese ser caprichoso haya decidido abandonarme. Me basto y me sobro, no la necesito.
(Un rato más tarde).
Vale, me rindo, te quiero de vuelta, haré lo que sea. Aunque si quieres abandonarme, lo comprendo, pero por favor, ¡devuélveme mis ideas! Después de eso, eres libre de marcharte...
Nada, la muy perra es así, prefiere venir en el peor momento, cuando no pueda escribir, precisamente en ese instante decidirá volver, si es que ya me la conozco, siempre me hace lo mismo.
Efectivamente, no me equivocaba, vino cuando estaba en la ducha. Así que tan pronto como me fue posible salí del agua para apuntar las ideas en un papel, no iba a correr el riesgo de que se esfumasen. Después me pareció conveniente vestirme, aunque no me esmeré mucho, un tanga y una camiseta larga, ventajas de vivir sola, no le causas daño visual a nadie con la desnudez de tu cuerpo.
Acto seguido creía que el texto fluiría sólo, pero no fue así, para mi desgracia. Tuve que hacer uso de mi fuerza de voluntad, una vez que te pones, las palabras fluyen solas, pero requería un poco de esfuerzo. Aunque mi orgullo diga que sí, en realidad no podía sola. Recurrí a la música, escuchar Metallica siempre me ayuda en cualquier momento, empecé con “Wasting my hate” pero la pantalla de mi ordenador permanecía con un blanco inmaculado, que comenzaba a resultar ofensivo. No quería hacerlo, pero no me quedó más remedio que llamarle, aunque no me agradaba la idea, pensé que me resultaría útil: Jack. Es más conocido como Jack Daniels, el único hombre que dejaba entrar en mi cuerpo, mi amor por el whiskey era superior a cualquier otra cosa, ojo, no confundir con alcoholismo, sé perfectamente lo que hago.
Tras beberme media botella el folio seguía vacío, lo único que había cambiado es que ahora estaba borracha. Definitivamente, soy un desastre. Consideré que había llegado el momento de desistir, la escritura no era lo mío, escribir por obligación no es placentero, lo mejor sería que no me presentase al concurso de relatos cortos. Seguí bebiendo, resistiéndome frente a la desesperanza, aún esperaba un milagro, fue entonces cuando sonó el timbre. Miré el reloj extrañada, ¿quién en su sano juicio aparece de visita a las 3 de la madrugada en casa de alguien?
Torpemente me encaminé hacia la puerta, no pude evitar sonreír al ver quién se encontraba al otro lado. Desde luego, a nadie en su sano juicio se le ocurriría, sólo Sam podría hacerlo y además, traerme otra botella de whiskey, me conocía demasiado bien.
  • A juzgar por tu aspecto, doy por hecho que tu relato no avanza mucho, ¿no? - me dijo nada más entrar en mi casa.
  • A juzgar por el tuyo, creo que has venido en condición de musa – aventuré tras mirarla de pies a cabeza.
Venía vestida con una gabardina negra que dejaba ver sus piernas cubiertas por unas medias negras, de encaje, hasta el muslo, bien sabía que debajo sólo llevaría su ropa interior, nada más. Poco a poco, se iba desatando la gabardina, primero el cinturón y luego botón a botón, lentamente, yo no podía apartar la vista de ella. Mientras, mi cabeza viajó al momento en el que la conocí, hace ya tres años de aquello.

Una noche de viernes en un bar cualquiera, estaba con mis amigas de fiesta bailando cuando algo, o mejor dicho, alguien, llamó su atención. Ellas que se habían preparado para conquistar a todos los hombres del lugar se vieron eclipsadas por una flamante pelirroja que estaba sola bailando en el centro de la pista, todos los ojos pendientes de ella y algunos hombres que trataban de acercarse eran descaradamente ignorados. Mis amigas, sin conocerla de nada, se pusieron a criticarla. Yo no pude participar en la conversación. Nunca me había replanteado mi sexualidad, por ser mujer me gustaban los hombres, punto, no tenía más misterio la cuestión. Pero esa noche, esa chica... ¿Por qué me sentía tan atraída?
Volví en mí cuando me preguntaron directamente, qué pensaba sobre ella. Al no seguirles el juego me dejaron de hablar, ahí es cuando me di cuenta de con qué tipo de gente estaba. En cuanto la chica fue al baño, no dudé en ir detrás. Se metió en un váter y la puerta no cerraba así que se la sujeté.
  • Gracias – me dijo al salir- esto es lo malo de salir sola de fiesta, nadie te sujeta la puerta.
  • ¿Has salido sola? - me fascinaba, yo no sería capaz.
  • ¡Claro! Hay que darle al cuerpo lo que te pida, si quiere salir y no hay nadie disponible, pues no queda de otra.
  • ¿No te has dado cuenta de que tenías a todos pendientes de ti? Podrías estar con cualquier hombre de ahí fuera.
  • ¿Y qué te hace pensar que quiero un hombre en mi vida? - me preguntó alzando una ceja.
En ese preciso instante creo que es cuando me enamoré de ella. La miré, sin poder responderla, analizando su expresión, me debatía mentalmente entre lo que siempre había pensado y lo que sentía en ese momento. Al no obtener respuesta por mi parte se disponía a marchar cuando me dijo una última frase:
  • Recuerda, haz lo que te pida el cuerpo.
Era ahora o nunca, me tenía que arriesgar. Detuve la puerta para que no saliera, estaba muy cerca de mí, demasiado, sus ojos penetraron hasta mi alma y su sonrisa me tenía totalmente hechizada. Haz lo que te pida el cuerpo, recordé. Me acerqué aún más a ella, pero seguía impasible. Me replanteé el hecho de haber entendido algo mal o simplemente, que yo no le resultase atractiva. Entonces, como si me hubiera leído la mente:
  • Tú también me atraes.
Y para mi sorpresa, me besó, intensamente, como nunca nadie lo había hecho. La fogosidad que desprendíamos podía hacer arder todo el local, mientras mis manos inexpertas recorrían por primera vez un cuerpo femenino. Desde aquel momento, ella es mía y yo le pertenezco a ella. Evidentemente, en contra de todo el mundo, tan lleno de prejuicios, nadie lo entendía.

Y tres años después de aquel momento aquí sigo con ella, ¿cómo no iba a estarlo? No era alguien para dejar escapar así como así, aunque había sido difícil, finalmente la relación va como la seda.
Se acercó a la mesa, cogió un vaso y se sirvió whiskey, me acercó la botella y brindamos. Teniéndola a ella no necesitaba la bebida así que lo dejé y comencé a besarla, lentamente, desde su boca y fui descendiendo. Llevaba una lencería preciosa, lamentablemente no le duró mucho puesta, salvo las medias que se las dejé, eran mi perdición y ella lo sabía, me sonreía maliciosamente mientras me quitaba la camiseta para dejarme únicamente con el tanga. Estábamos tiradas en el sofá y cuando me fui a incorporar para ir a por el aceite para masajes me empujó contra el sofá, cogió la botella de whiskey y me lo derramó por el pecho y el abdomen, para lamerlo a continuación. No me moví, cuando quería podía ser muy persuasiva. Tras esta escena ya me dejó levantarme y la llené de aceite para darle un masaje, muy cuidadoso, sabía cómo le gustaba y qué zonas debía tocar. Lo terminé con besos por la espalda hasta su nuca y fue ahí cuando enloqueció. Me empezó a tocar de forma desenfrenada, mientras me besaba, me mordía y me acariciaba con la otra mano por el resto del cuerpo, centrándose en mi pecho. Ahora la que perdía la cabeza era yo, terminé con la cabeza entre sus piernas, haciéndola gemir. Luego me devolvió el favor y bueno, seguimos con nuestros juegos durante horas, hasta terminar agotadas tiradas en el suelo, abrazadas.
Ella se levantó en busca de su Marlboro, como le veía las intenciones le dije que se fuera de casa, al jardín, que no quería sus malos humos y ese apestoso olor en mi casa. Accedió gustosamente, pero salía tal cual estaba, sin ponerse nada y me puse celosa de que algún trasnochador o madrugador, según se viera, pudiera contemplarla. Salí tras ella.
  • ¿Por qué vienes? ¿No es que no te gusta mi olor? - me dijo coqueta.
  • Ya sabes que tu olor me encanta, pero ese no precisamente...
Le quité la cajetilla y se la tiré al jardín, mientras la llevaba de la mano hacia la piscina. Así al menos no se la vería tanto. Era tan bella como una sirena nadando, en los descansos me hablaba:
  • Si quieres mi consejo sobre por qué estás bloqueada para escribir, en mi opinión creo que te falta decisión. Deberías ser más descarada, no reprimirte tanto por lo que puedan pensar los demás acerca de tus escritos, si no les gusta, pues mala suerte, no pierdes nada. Pero por favor, nunca dejes de ser tú misma.
Comprendí que tenía razón, siempre la tiene. No sé que haría sin ella, es mi diosa particular, mi todo. Antes de conocerla, odiaba que me tocasen, pero después entendí que necesitaba calor humano, no tenía que cerrarme ante el mundo.
Salí del agua y cogí una toalla para envolverme, me sequé bien las manos y me situé de nuevo frente a la hoja en blanco. Sam vino a sentarse en mi regazo y tras su beso, al fin, empecé a escribir:
¿Conoces esa horrible sensación de querer escribir y no poder? Yo no la soporto.